jueves, 30 de mayo de 2013

Refundar el Periodismo

Por Chyntia Garcia
“Después de esto, hay que refundar el periodismo” dice Horacio González, intelectual, director de La Biblioteca Nacional y uno de los fundadores del espacio Carta Abierta.
El “después de esto” al que se refiere es a este momento del tiempo político, el tiempo de la ley de servicios de comunicación audiovisual frenada en sus principales artículos de desconcentración, el tiempo de los diez años del kirchnerismo y los titulares de los principales diarios acechando con fines desestabilizadores, el tiempo de la violación al principio de inocencia constitucional donde las condenas periodísticas no son ya reducto de un periodismo amarillista irresponsable sino eje editorial
de las mejores plumas locales.
González suelta esta frase al aire, en la mañana del 24 de mayo, dentro del espacio físico de la radio pública; los diarios apoyados en la mesa del estudio parecieron vibrar y una sensación de sobrecogimiento nos alertó a todos los escuchas.
Recojo esta idea expuesta por Horacio con la intención de reflexionar sobre el periodismo de investigación y los paradigmas comunicacionales de este contexto sociopolítico.
El gran escritor latinoamericano Gabriel García Márquez escribió sobre lo vital: “la vida no es la que uno vive sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla” sin embargo cuando tuvo que hablar de periodismo dijo: “todo periodismo debe ser periodismo de investigación”.
En “Un robo para la corona” gran libro de investigación que compila los grandes desfalcos de la argentina menemista, Horacio Verbitsky da una definición de periodismo difícil de contrarrestar: "Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar"
Estas definiciones son el marco para pensar por qué tenemos que, si no refundarlo, al menos reconvenir de qué manera ejercemos este oficio.
En 2008, mientras el país vivía convulsionado por el conflicto con el sector agropecuario y el planteo sobre las retenciones, en los foros
de las universidades nacionales se discutía sobre la posibilidad de una nueva ley de radiodifusión democrática y antimonopólica. Estas ideas fueron llevadas luego a las audiencias públicas que se encauzaron en la redacción y sanción de la ley.
Mientras tanto, uno de los gerentes de noticias de Canal 13 y TN le planteó a Héctor Magnetto la posibilidad de distribuir y aunar el mensaje del grupo en todos los noticieros de los 237canales locales de cable del país. Fue así como se unificaron las noticias a través del Plan Somos y ese fue el nombre que atravesó las redacciones de los informativos locales con el discurso, la estética y la pertenencia símil a la propia señal nacional TN.
Entiéndase: una misma idea, un mensaje uniforme, una agenda impuesta por 237 señales de cable, más TN, Canal 13, Canal Rural, Canal 10 de Río Negro, Canal 7 de Bahía Blanca, un canal en Mar del Plata, Radio Mitre y sus repetidoras, el diario Clarín, La voz del Interior de Córdoba, Los Andes de Mendoza, la sociedad comercial con el diario La Nación, la agencia de noticias DYN, etc.
Todo un aparato de posición dominante para intentar frenar la Ley de Medios, socavar o posicionar candidatos locales o nacionales (según la conveniencia o la pertenencia) y, en definitiva, manejar las riendas de un país ejerciendo un poder político no declarado pero evidente detrás de la máscara del ejercicio de la libertad de expresión
El debate público de la llamada ley de medios, corrido de las aulas académicas e instalado en el centro de la escena mediático – política visibilizó  lo político en lo mediático.
Un nuevo paradigma comunicacional surgió con la ley de medios voceada en las marchas populares. La siguiente anécdota es sugerente: cuando la presidenta Cristina Fernández de Kirchner festejó el triunfo electoral en la Plaza de Mayo el primer cántico que brotó de la multitud fue: “tomala vos, dámela a mi, el que no salta es de Clarín”. Un abogado experto en libertad de expresión tradujo con sensatez: “entendieron que pelear por la Ley de Medios fue pelear por la liberación”.
Este es el desafío al que nos enfrentamos los periodistas: visibilizar lo oculto en este tiempo implica primero tomar la decisión de querer saber dónde está el poder.
La década del noventa con su continuidad simbólica de los planteos de la última dictadura, con un Estado asociado y cómplice de las corporaciones, con una encarnadura desprovista de inclusión y con un contexto de dominio mediático allanaba el camino a los periodistas porque la denuncia sobre la ausencia del Estado nos convertía en fiscales ad hoc; naturalizando la simplificación de los procesos de investigación judicial, aplaudiendo el poder impactante de las cámaras ocultas, dejando en la periferia de la resistencia  a la mayoría de los intentos por ejercer un periodismo popular, con ideología y subjetividad.
Estos años revirtieron esa ecuación y desnudaron, de la mano de los gobiernos populares latinoamericanos que los visibilizaron, el entramado poderoso y complejo que planteaban los medios de comunicación dominantes.
La arena es comunicacional. Si los periodistas quiseramos ver dónde está el poder veríamos en la institución mediática la misma sangría que denunciábamos cuando investigábamos sólo al poder político en los noventa.
Esto suma a la mirada sobre la cosa pública y el principio de que lo que se investiga es eso y no la invasión sobre la esfera individual.
La mayor falacia mediática dominante radica en hacernos creer que lo privado no debe ser investigado porque pertenece a la esfera de la propiedad incuestionada, endiosamiento capitalista de la propiedad privada mediante, concepto para profundizar en una futura nota.
Este es el núcleo del nuevo paradigma comunicacional, esta es la refundación que propone Horacio González.
Investigar lo público es, además de revelar los hechos de corrupción en funcionarios y empresarios, revelarle a la sociedad cómo funciona el entramado del poder mediático que pretende dominar la escena política desde el inicio de la democracia. Mostrar los ardides desestabilizadores que dominan la región, plasmar las tensiones reales que proponen los enfrentamientos del gobierno con las corporaciones, profundizar en la complejidad de un Estado que pretende ganarle la pulseada al poder para someterlo a la interpelación popular en cada período electoral  pero aún así revelar también sus grietas, sus desajustes reales, la violencia institucional ejercida por las fuerzas policiales, el abuso del poder punitivo en las cárceles argentinas, los déficits económicos y la necesidad de un estado que llegue por ejemplo a los pibes pobres que viven en las villas miserias del conurbano, la falta de acceso a la justicia y los intentos por democratizarla, el empleo en negro y lo que falta en materia de igualdad de género; para dar sólo algunos ejemplos de lo que serian verdaderas investigaciones periodísticas sobre lo público
Una investigación del Conicet cruzó resultados por distrito de la última elección presidencial con los datos del Censo 2011. La conclusión fue que una abrumadora mayoría de los sectores más humildes de la Argentina votó a Cristina  Fernández de Kirchner.
Un buen ejercicio de cuestionamiento es leer qué nos dice este resultado electoral sobre los discursos, el poder, el periodismo y los relatos.
No parece menor el rol de la Ley de Medios y su debate profundo recibido por la mayoría de la sociedad.

Publicado por Diario Registrado - 29/05/13

miércoles, 29 de mayo de 2013

De cartas, aniversarios y discursos

 Por Eduardo Aliverti

Entre los muchos y reiterados episodios que día tras día ratifican quiénes son los jugadores en el partido de hacer pelota al Gobierno, justificadamente o a como sea, parte de esta columna trata de uno en particular. Con toda certeza, no se trata del hecho que más sueño masivo quita. Es, sólo, que al suscripto le parece muy contundente.
Por fuera de la notable manifestación popular del sábado, podría haberse elegido que el monto aumentado de la Asignación Universal por Hijo fue una noticia que no existió para los medios opositores. O, mejor todavía, que el anuncio presidencial sobre control de precios a cargo de organizaciones populares fue transformado inmediatamente en milicias de escrache inútil y violento. Sin embargo, la reacción mediática frente al reciente documento pareciera brindar un lugar de análisis mucho más amplio que el abordaje de las manipulaciones de prensa cotidianas. El texto de los referentes intelectuales, científicos y artísticos nucleados en Carta Abierta –que surgió en 2008 para oponer alguna mirada de análisis progresista y sosegado contra la bestialidad de la ofensiva campestre– es una pieza de gran valor teórico y denunciativo acerca de qué se persigue al fabricar y potenciar una atmósfera de pudrición, cuando hay gobiernos contradictores de ciertos intereses de clase. Está escrito en un lenguaje más enojado y a la vez más “abierto” que alguno de los anteriores. Citemos algunos conceptos de elección tan personal, resumida y descriptivamente alterada como de profunda articulación semántica. “Son actores de un relato que afirma la condición autoritaria y hasta dictatorial del Gobierno, para generar las condiciones de una irrevocable restauración conservadora. (...) El vodevil televisivo, el stand up ingenioso, el improperio pseudovirtuoso del periodista, puestos al servicio de una Justicia express que, una vez más, nos demuestra que todo está perdido mientras nos dejemos gobernar por un populismo de hipócritas (...). Sabemos que este conjunto de palabras apunta a erosionar la figura pública de un ex presidente, en una acción que se torna una respuesta de music hall para problemas que merecen otro tratamiento (...). Lo atacan, hasta la náusea, y utilizando todos los recursos a su alcance, por haber reinstalado la idea de que (...) lo justo no constituye una quimera inalcanzable o una reflexión académica, sino la práctica posible de un proyecto sostenido en los principios de la igualdad y la ampliación permanente de derechos. Lo atacan porque Videla murió en la cárcel y porque propone, con más costos que beneficios, que la Justicia puede y debe ser reformada (...). Una simple y rápida revisión del papel de ciertos medios de comunicación en nuestra historia, al menos desde Yrigoyen en adelante, permitiría poner en evidencia la falta de originalidad de la actual campaña desestabilizadora que se viene llevando a cabo en nombre del ‘periodismo independiente’. Otro tanto comprobaríamos con sólo echar un vistazo a lo que ocurre en otros países de la región en que los intereses de la derecha se complementan, perfectamente, con el funcionamiento de los grandes medios de comunicación. Nunca ha sido tan clara la intervención desestabilizadora de la máquina mediática puesta al servicio del establishment económico-financiero. Un lenguaje surgido de las letrinas amarillistas y de las gramáticas del golpismo histórico se despliega con virulencia insidiosa desde las usinas del poder mediático, que han dejado de apelar a cualquier tipo de argumentación para desencadenar, una tras otra, una batería de rumores, mitos urbanos de enriquecimientos olímpicos, denuncias indemostrables articuladas con una colección de personajes que van de los lúmpenes del jet set vernáculo a una ex secretaria despechada.”
Razonamientos de esta índole –que, reiteramos, son una ínfima porción cuantitativa del escrito de Carta Abierta– fueron reducidos por un título y columna de opinión de Clarín del viernes (entre otras reacciones) a que “Báez no existe y los denunciantes son nazis”, forzando el discurso –dice el copete– para presentar las denuncias como “antisemitas”. Si lo primero es inaguantable pero artificialmente efectivo, lo segundo es amoral. No hay en el texto una sola palabra ni intención de la prosa que invite a ignorar a Báez, sino la advertencia de que el caso Báez debe ser ubicado en el contexto de la guerra que Clarín le declaró al Gobierno. Y lo que el editor y el columnista de ese diario identifican como “antisemitismo” es un parágrafo en el que se avisa de los antecedentes de climas periodísticos donde se hace cabalgar con mayor o menor grado de ingenio a los jinetes del Apocalipsis. El colega que firmó esa nota de Clarín rotula como antológico y fascinante –por la negativa, por lo execrable– que la corrupción sea señalada por Carta Abierta como una verdad fundamental pero abstracta. Lo que se le perdió de vista es justamente que lo abstracto no pasa por ignorar las andanzas de Báez o de cualquiera de los empresarios amigos del Gobierno, sino por pretender que escribe desde una factoría de carmelitas descalzas. Pero sobre todo, porque lo antológico es en realidad creer (¿sí? ¿Se lo creen?) que la corrupción es un hecho totalizador por fuera del cual no existe absolutamente nada. ¿Ese es el fondo de todos los fondos? ¿Unos empresarios ligados al oficialismo enriquecidos en forma fraudulenta, dando por cierto que es así, son la medida principal o exclusiva para juzgar una etapa que mejoró la vida de la mayoría de los argentinos, y que no empeoró la de ninguno? ¿Acaso podría hablarse, siempre acordando con que las denuncias son veraces, de una corrupción sistémica, como la que rigió en el menemato? Para evitar confusiones, le damos la derecha a que no hay la corrupción buena y la mala. La palabra significa lo que significa y bajo ningún aspecto puede justificarse a quienes perpetran hechos de esa índole. Pero en términos de observación política, hay escalas diferentes si se trata de no caer en un análisis radicalmente parcializado. La corrupción de la segunda década infame fue inherente al modelo que se instauró, desde el momento en que era imposible llevar a cabo el remate del país sin recurrir a la violación expresa de toda norma de ética pública. Menemismo y corrupción fueron una pareja conceptual inseparable. En el caso de los hechos que hoy se ventilan, objetivamente, no hay otra cosa que el presunto o certero florecimiento económico personal de un grupo de íntimos del poder. Para usar cierta figura: no es serio convertir a una bóveda en el examen completo de uno de los períodos políticos más sustanciosos de nuestra historia, o por lo menos de las últimas décadas. Si queremos ser suaves, eso es trampa intelectual.
Los ejemplos acerca de esto último se renovaron, naturalmente, pero no tanto como para dejar de sorprenderse, con el tratamiento mediático tras el discurso de Cristina, el sábado. Casi no había terminado de hablar y el título a cabeza de uno de los portales opositores ya era que la Presidenta había rechazado que existiese un “fin de ciclo”. No sólo que jamás dijo eso, sino que, bien escuchado sin ningún esfuerzo, en verdad advirtió sobre los riesgos de que justamente puedan perderse todas o algunas de las conquistas centrales. Lo que hizo fue preguntarse si quienes mentan eso, el fin de ciclo, en lugar de referirse a resultados electorales inminentes, no estarán haciéndolo respecto de acabar con el piso de medidas como la Asignación Universal por Hijo, la estatización de las AFJP u otras. Lo que Cristina se interrogó fue si el nudo de la cuestión no vendría a ser el retroceso hacia las fórmulas que hundieron al país. Previno que no es eterna y que la condición necesaria es empoderar al pueblo, y que éste adquiera una dinámica propia de organización, como garantía de que no le arrebatarán los logros. ¿Alguien podría negar que transformar esos conceptos literales en el rechazo a la existencia de un fin de ciclo es impudicia periodística barata? Entendámonos. Si se señala que la celebración fue con milicias populares, como citó ayer algún columnista, uno tiene el legítimo derecho a pensar que el autor de la frase incurre ya en enajenación de la realidad. Si auténticamente se infiere que el Gobierno no admite otra definición que la de “cueva de ladrones”, o símiles, también puede colegirse que el status ideológico de esa gente es patético. Pero al fin y al cabo, son interpretaciones personales que, digamos, se prestan a la discusión. En cambio, si alguien –nada menos que la Presidenta, para el caso– dice literalmente una cosa y le titulan que apuntó literalmente otra, no estamos hablando (antes que nada) de posicionamientos políticos ni de conjeturas afiebradas. Estamos hablando de una manipulación obscena que, más allá de la vergüenza que provoca en lo profesional, habla primariamente de la catadura moral de quienes se erigen en los moralistas de la Nación.
Es probable, por no decir seguro, que reacciones o maniobras de esta naturaleza respondan al grado de impotencia que exhibe el arco rival en cuanto a presentar una opción creíble, expansiva, aglutinadora. Y es igual de probable o seguro que la manifestación del sábado haya provocado, en ese espacio antagonista, la comprobación –reprimida pero incontenible– de que el Gobierno conserva energía para dar batalla. Dirán, como dijeron y continuarán sosteniendo, que todo pasa por la 9 de Julio alfombrada de micros, por el choripán, por los planes sociales, por la extorsión, por el aparateo. Por las milicias pseudocamporistas que nos arrastrarán a ser Cuba o Venezuela. Pero puestos frente al espejo que ocultan, ni ellos se lo creen.
Es ése un paso insuficiente pero nada menor: por lo general, terminan ganando quienes están convencidos, por obra de cómo les va y de la comparación con cómo les iba.

 Por Eduardo Aliverti publicado en Pagina12 el 27/05/13

sábado, 25 de mayo de 2013

Marca de nacimiento


  Por Alfredo Zaiat

Diez años de kirchnerismo deberían ser suficientes para tener un marco conceptual más preciso de las características del proceso económico desarrollado en ese período. Para la oposición conservadora y algunos sectores de la izquierda, todo se resume en la falsedad del “relato” sobre lo acontecido. El Gobierno lo abrevia en la fortaleza del “modelo” como cualidad en el manejo de la coyuntura ante la adversidad de la crisis internacional o los embates del establishment a través de los hombres de negocio dedicados a la comercialización de información económica. Existe cierto abuso de esas dos palabras como definición de un ciclo tan intenso de rupturas y continuidades. Son simplificaciones de la dinámica de la economía de un período histórico generador de pasiones encontradas. La economía del kirchnerismo no es un modelo. Es un proyecto político con objetivos económicos, que es bastante distinto de la definición de modelo o de relato, porque va lanzando iniciativas y definiendo medidas frente a urgencias con el horizonte de cumplirlos. Esas metas derivan en estrategias adaptativas para alcanzarlas, según las condiciones internas y externas que se vayan presentando. Para los críticos, se trata de una sucesión de improvisaciones, minimizando así la esencia de lo que significa un proyecto político y la existencia de disputas de actores económicos con intereses contrapuestos. No hay discurso oficial que no explicite esos objetivos económicos: promover un sostenido crecimiento del PBI, generar empleo, avanzar en la industrialización, distribución del ingreso e inclusión social, con una presencia activa del Estado. En la tarea de conseguirlos el kirchnerismo ha mostrado en más de una ocasión que recurre a diversos instrumentos de política económica para dar respuesta a cuestiones inmediatas, que luego se van integrando como parte de la construcción de su proyecto político. A veces con éxito y otras con fallidos por torpeza en la enunciación y posterior gestión. Esta secuencia de permanente intervención en el espacio económico es el elemento distintivo, de ruptura con el saber convencional, puesto que la economía ha quedado subordinada a la política. Este es un factor de incomodidad para economistas que quedaron desplazados del centro de la escena, inclusive para aquellos que expresan simpatía por el Gobierno, que preferirían planificación preventiva y no respuestas de emergencia ante acontecimientos imprevistos. Para no quedar enredados en debates circulares sobre “relatos” o “modelos”, planificación o improvisación, la definición de proyecto político con determinados objetivos económicos es la marca de nacimiento para evaluar con más profundidad diez años de la economía kirchnerista.
El recorrido sintético de las principales medidas de política económica implementadas en esta década es el punto de partida. Cada una desplegada en un momento histórico y situación social particulares fue a dar cuenta de impulsar o defender, dependiendo de las circunstancias, esos objetivos económicos. Disponer acciones concretas para cumplirlos le permitió al kirchnerismo mantener legitimidad política y social para gobernar y, por lo tanto, gestionar la coyuntura en un ambiente hostil local e internacional. Resistencia originada porque las medidas para sostener el proyecto político con esas metas económicas implicaron necesariamente colisionar con grupos de poder económico, con los cuales mantiene por ese motivo una permanente tensión. Entre las iniciativas más destacadas de los diez años del proyecto político de la economía kirchnerista, se encuentra:
- el pago de toda la deuda con el FMI para poner fin a los controles periódicos de la economía argentina por parte de esa tecnoburocracia. Auditorías trimestrales que hubiesen cuestionado hasta frenar las medidas heterodoxas posteriores, lo que habría significado el despliegue de otra historia;
- clausurar el negocio especulativo de las AFJP con los aportes previsionales mensuales de los trabajadores. La recuperación del sistema de seguridad social por parte del Estado se complementó con la ampliación de la cobertura previsional con la moratoria hasta alcanzar el 95 por ciento de las personas con edad para jubilarse, y la movilidad semestral de los haberes;
- consolidar los convenios colectivos de trabajo, institución del mercado laboral que se mantiene sin interrupciones durante diez años, el período más prolongado desde su instauración, en 1953. Paritarias cuyo resultado ha sido una mejora del salario en términos reales tomando en cuenta cualquier índice de inflación;
- las varias estatizaciones de empresas de servicio público en manos privadas, destacándose la de aguas, correo, Aerolíneas Argentinas e YPF;
- la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, que significó alterar consolidadas redes de poder, influencia y negocios del poder financiero en esa institución clave de la gestión económica;
- el desendeudamiento que implicó un gran esfuerzo de toda la sociedad, ya sea por la utilización de superávit fiscal o de reservas para cancelar obligaciones. Los pagos disminuyeron en forma notable el peso de la deuda sobre el PBI, dejando una porción menor en manos privadas. Esto derivó en una ampliación de los márgenes de autonomía de la política económica;
- la participación en la decisión estratégica regional de descartar el proyecto del ALCA impulsado por Estados Unidos, apostando por la ardua integración latinoamericana;
- el reconocimiento de derechos sociales y económicos a un importante sector de la población con la Asignación Universal por Hijo, transferencia monetaria a grupos vulnerables que impacta en la cuestión social disminuyendo la pobreza e indigencia y mejorando la distribución del ingreso; y
- el impulso de la industrialización y creación de empleo formal, en una primera etapa con una elevada dosis de voluntarismo al descansar exclusivamente en un tipo de cambio muy alto, y desde 2011 ya con una estrategia deliberada de sustitución de importaciones.
Las observaciones críticas o también el aplauso a estas medidas adquieren mayor densidad si parten del marco conceptual de proyecto político con determinados objetivos económicos. De esa forma, unos y otros no quedarán sorprendidos ante iniciativas no previstas como fueron la restricción de importaciones a partir de una más estricta administración del comercio exterior, el lanzamiento del blanqueo de capitales o la definición atolondrada de un nuevo y necesario régimen de administración y acceso a la moneda extranjera. Este último fue para limitar la persistente fuga de capitales abastecida con reservas del Banco Central, que desde julio de 2007 a octubre de 2011 sumó casi 80 mil millones de dólares. Pérdida de divisas muy injusta en términos sociales y económicos, puesto que esa dolarización de ahorro doméstico de una minoría influyente y con elevada capacidad patrimonial es perturbadora de la estabilidad financiera y cambiaria, además de acelerar la restricción externa.
La reiterada sentencia acerca del “agotamiento del modelo” expresada por voceros de la ortodoxia y de cierta intelectualidad progresista confunde deseos con realidad. Cumplidos hoy diez años de estar analizando el desempeño de una gestión de gobierno, todavía no alcanzan a descubrir la lógica de funcionamiento de la economía kirchnerista, que no es estática como si fuera un modelo ni pretende tener aspiraciones de llegar a un ilusorio equilibrio ortodoxo. El kirchnerismo construye con rupturas y tensiones su proyecto político con objetivos económicos. Esta es la marca de nacimiento de esta década.
Opinion por Alfredo Zaiat- Publicado por Pagina12 el 25/05/13

viernes, 24 de mayo de 2013

Documento numero 13 de Carta Abierta - Contra las denuncias de Lanata


"Comenzamos esta carta –que a la vez es un llamado– con la fácil comprobación de cómo han avanzado, de qué recursos se valen y cómo se realizan los crecientes procesos de deslegitimación del Gobierno. El estadio siempre presente de lo político, si bien no suele ser el más hablado, es el de la creencia colectiva, la libre opinión emancipada del tejido social. Hay un tono diario que tienen el hombre y la mujer de la calle para expresar en un sistema sabido de signos rápidos, sus opiniones sobre la relación de los hechos colectivos con sus propias perspectivas vitales. Como sabemos, son la forma más profunda y también menos formalizada de las opciones políticas. Creencias en estado de insinuación, que suelen llamarse humores o estados de ánimo, nombres imprecisos pero elocuentes, en cuyo otro polo suelen estar las elucubraciones más exigentes, el cálculo de los políticos y el modo real en que operan las fuerzas sociales y económicas.
Estamos hablando del basamento efectivo y crítico en que se enraíza todo gobierno, el sustento de la verosimilitud del vivir común en un sociedad, las hipótesis que nos dejan entrever que no hay miedo en la convivencia, que hay esperanza en la vida pública y argumentos, por más que puedan ser apenas borroneados, en la esfera manifiesta de las acciones democráticas. Revistiendo tanta importancia el núcleo de creencias públicas que son siempre cambiantes, pero no impiden revelar una viga maestra de donde toda comunidad viviente extrae el concepto de lo justo, hasta cierto punto es lógico que sean ellas las primeras atacadas. Ellas deben ahora encontrar sus propias lógicas expresivas ante el avance impiadoso de una narrativa mediática que apunta a deslegitimar, bajo la forma de un relato brutal, lo recorrido desde mayo de 2003. Para producir el ataque buscan sus símbolos evidentes, las palabras que ciertos ritos, ingenuos o profundos, señalan como el lugar de la creación de mancomuniones sociales. Es lógico, decimos, que quien desee perjudicar de modo extremo esta conjunción ciudadana donde se encuentran las instituciones visibles y la vida cotidiana, las políticas públicas y las realidades del trabajo, la actividad persistente de las más diversas militancias, dirija su hostilidad a los cimientos formadores de la adhesión que se congrega en las capas de la población que sostienen una experiencia singular de cambios sociales. ¿Qué cambios ? Los que implican que por primera vez en la historia nacional se discutan aspectos de la organización del Estado y la sociedad, de la Justicia y los medios de comunicación, con sentido emancipador y no restrictivo o portador de coerciones. Se trata, después de muchos años, de darle a la idea de justicia una dimensión que logre articular lo que siempre fue prolijamente separado por los poderes económicos : la libertad y la igualdad. Contra la apertura inédita de estas dimensiones fundamentales de la vida social es que se dirigen estas acciones profunda y visceralmente desestabilizadoras no sólo de la continuidad de un proyecto transformador sino, también, destinado a incidir insidiosamente sobre el sentido común de una parte significativa de la sociedad que es capturada por ese discurso destructivo y hostil de cualquier forma de convivencia democrática. De las cloacas del lenguaje se extraen los argumentos que, más allá de cualquier prueba, son presentados como la verdadera cara de un gobierno supuestamente atrapado en su propia red de venalidades y corrupciones. Ya no importan las diferencias políticas o ideológicas, tampoco los modelos económicos antagónicos, lo único que le interesa a esta máquina mediática descalificadora es sostener un bombardeo impiadoso y constante que no deje nada en pie.
Pero entonces, con menos pruebas que arietes dirigidos a mansalva, ausentes los fundamentos del uso de la prueba, la investigación, el juicio sobre las leyes y el mismo andamiaje legal del país, se considera todo ello fruto de un espíritu despótico, de jefes políticos que se prepararon toda una vida para llegar a la función pública mandando agrandar los cofres familiares mientras pronunciaban palabras como impuesto a la renta agraria o asignación universal por hijo. Nuevamente la impostura pero ahora justificada por un ansia desenfrenada de enriquecimiento. La oscura figura del avaro, la brutal construcción del “judío” con los bolsillos llenos de dinero que supo desplegar el antisemitismo exterminador, el relato de fabulosas bóvedas rebosantes de oro y de billetes se convierten, como en otros momentos de nuestra historia en la que gobiernos populares fueron derrocados por ominosas dictaduras, mediante la estética del más consumado amarillismo periodístico, en santo y seña de una oposición que busca destruir no sólo un gobierno, sino la propia legitimidad de la política. Todos los recursos de esas estéticas televisivas y de la ficcionalización disfrazada de realidad son movilizados por quienes buscan horadar a un gobierno que, por primera vez en décadas, cuestionó injusticias y desigualdades, tramas monopólicas y abusos de poder de quienes siempre se sintieron los dueños del país. Quieren sembrar la duda en el interior de la sociedad. Buscan emponzoñar una realidad que ha sido transformada en un escenario por el que desfilan políticos corruptos, valijas llenas de dinero, oscuros entuertos financieros, prebendas nacidas del afán pantagruélico de quedarse con riquezas fabulosas. Atacan no sólo al kirchnerismo. Su objetivo es más amplio : apuntan a destituir cualquier posibilidad de que la política sea un instrumento emancipador.
Pero si se discute la Justicia es porque finalmente una comunidad arribó a la discusión de lo más profundo que hay en la Justicia : lo que se halla en las pausas internas de sus articulados, en la manifestación misma de las figuras del derecho, que es lo que aquí llamamos lo justo. El intrínseco actuar común en torno del diferendo que se resuelve con argumentos y el pensar sobre los otros. Lo justo es la alteridad de nuestra propia vida ofrecida como prueba de que ella misma debe introducirse en esos domicilios del pensar común sin hacer excepciones a favor de uno mismo. Lo justo también como una práctica que, al mismo tiempo que reconoce al otro y a su diversidad, también se afirma en la distribución más igualitaria de los bienes materiales y simbólicos. Lo justo no como retórica de lo nunca realizado sino como evidencia, más que significativa a lo largo de esta última década, de un proceso de transformación social que no sólo vino a reconstruir derechos sociales y civiles sino a poner en cuestión la hegemonía de aquellos que condujeron al país a la desigualdad y la injusticia. Eso es lo que no perdonan ni aceptan. Contra eso dirigen todas sus baterías mediáticas y sus golpes de mercado.
Sin embargo, los ataques a lo justo comienzan siempre en los lugares más sensibles, que son donde se equilibran el deber de los funcionarios con la organización de un formidable sistema para repartir cuotas perseverantes de sospechas o suspicacias respecto de su probidad y acciones regidas por lo que convenimos en llamar ética pública. Esto ocurrió en todas las épocas, porque no es de hoy el descubrimiento de que la ética pública es menos un decálogo de virtudes que un sistema de símbolos de enorme fragilidad que tiene su domicilio último en el empleo consistente y verídico de la palabra pública. No sabríamos decir, ahora, si las enormes maquinarias para horadar a los cuadros dirigentes de un país han excedido, por un lado, lo que ocurría en épocas pasadas, cuando eran las grandes crisis económicas, los procesos interminables de inflación –como en la Alemania de los años ’20–, los ámbitos de incerteza que hacían que todo lo sólido se evaporase en el aire. Sí sabemos que están dispuestos a empeñarse a fondo, sin ahorrar ningún recurso, para descalificar a un gobierno que ha puesto el dedo sobre la llaga del poder hegemónico en el país ; de un gobierno dispuesto a doblar la apuesta abriendo brechas antes inimaginables en el interior de una sociedad que parecía entregada al saqueo de todas sus esperanzas.
Una época de cambios en una perspectiva democrática y popular implica un orden de credibilidades públicas donde no sea la prepolítica del miedo la que dirija la economía sino la economía la que se inserte como acto inherente a las figuras explícitas del argumento político. Los pronósticos de las crisis capitalistas como los que realizara Rosa Luxemburgo en 1913 o las graves desidias comprobables que se notaban en la esfera pública en las épocas que llevaron a terribles guerras siguen siendo aleccionadoras. A estos eventos, que denominaríamos crisis objetivas de los sustentos de los regímenes representativos parlamentarios, se les agrega ahora el proyecto de originar un descalabro en las figuras públicas que son emblemas de gobiernos populares y le dan su forma de aglutinamiento, especialmente fijadas en su nombre. Lo que antes era la consecuencia de la debilidad de regímenes parlamentarios que fueron sistemáticamente carcomidos por la ampliación de la crisis económica y el avance de las derechas fascistas hoy ha mutado en una prédica seudomoralista que busca deslegitimar a gobiernos democrático-populares utilizando los recursos, antiguos, de la denuncia serial y el fantasma de la corrupción. No ha habido en el pasado ni en la actualidad un solo gobierno popular que no haya recibido las descargas de esa seudomoralina autoproclamada como el último bastión de la verdadera república siempre amenazada por los populismos. Una simple y rápida revisión del papel de ciertos medios de comunicación en nuestra historia, al menos desde Yrigoyen en adelante, permitiría poner en evidencia la falta de originalidad de la actual campaña desestabilizadora que se viene llevando a cabo en nombre del “periodismo independiente”. Otro tanto comprobaríamos con sólo echar un vistazo a lo que ocurre en otros países de la región en los que los intereses de la derecha se complementan perfectamente con el funcionamiento de los grandes medios de comunicación. Nunca ha sido tan clara la intervención desestabilizadora de la máquina mediática puesta al servicio del establishment económico-financiero. Un lenguaje surgido de las letrinas amarillistas y de las gramáticas del golpismo histórico se despliega con virulencia insidiosa desde las usinas del poder mediático que han dejado de apelar a cualquier tipo de argumentación para desencadenar, una tras otra, una batería de rumores, mitos urbanos de enriquecimientos olímpicos, denuncias indemostrables articuladas con una colección de personajes que van de los lúmpenes del jet set vernáculo a una ex secretaria despechada.
Se funda entonces una maquinaria de horadar, que por supuesto no es nueva y que incluye muchos antecedentes en el pasado inmediato de la cultura social de Occidente, y especialmente de nuestro país. Indirectamente aludimos a la caída de la República de Weimar que dejó abierto el camino para el ascenso del nazismo al poder, pero también a los climas previos fomentados por agencias operativas de los intereses derrocadores, en el caso del gobierno de Arbenz –en Guatemala– y del candidato Gaitán –asesinado en Colombia en plena campaña electoral–, desde luego, siempre con climas en la prensa donde se hace cabalgar con mayor o menor grado de ingenio a los jinetes del Apocalipsis, pero con actos donde de repente se abren los enrejados de infinitas acusaciones de los ámbitos conservadores, de cuyas tinieblas puede emerger el revólver donde habita, como dueño del argumento seco, el disparo final. En nombre del saneamiento moral de la república se abrieron las compuertas para los peores regímenes dictatoriales. En nuestra realidad sudamericana, en ese mismo nombre se busca terminar con los proyectos de matriz popular y democrática que comenzaron al final de la década del ’90 con Hugo Chávez en Venezuela y que se continuaron en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, signando un tiempo extraordinario en la historia de un continente dominado y sumergido en la pobreza y la desigualdad por aquellos que siempre hablaron en nombre de la moral pública. En su nombre avanzó el golpismo en Honduras y Paraguay.
Estamos en tiempos diferentes, pero en los cuales una sutil forma de golpismo opera todos los días bajo el amparo de los nuevos estilos de escenificación, agrietamiento y cancelación de las creencias sociales. Ejemplos de esta actitud no son difíciles de encontrar en la historia de nuestro país. La campaña del diario Crítica en los años ’20 es un ejemplo característico y debe estudiarse en todas las escuelas de comunicación social. Más allá de la figura, curiosa e interesante en su excentricidad, de Natalio Botana, el diario salía con sus martillos cotidianos a perforar creencias cívicas con ejemplos resonantes de corrupción, ineficiencia, extravagancia del gobernante (la senectud de Yrigoyen) y la asimilación de sus partidarios al Ku Klux Klan. Hombres sinceros de izquierdas y derechas –que precisamente se congregaban también en la redacción de Crítica– adoptaban estas manifestaciones de ingenio metafórico del diario más popular, a fin de no sentirse expropiados en su conciencia si caía al fin y al cabo un gobernante llamado inepto –llorado pocos años después, en ocasión de su fallecimiento, por millones de argentinos, muchos de ellos embargados en un tardío y comprensible arrepentimiento–. Por cierto, estas corrientes subterráneas cuyo índice sísmico es la inmediatez del cuadro económico (la Argentina ha salido de crisis profundas, pero atraviesa conocidos problemas : para el primer caso no conceden reconocimientos, para el segundo ausentan toda clase de comprensión), operan como corrientes que siempre han actuado como terreno ya roturado para las aventuras contrainstitucionales, aunque pasan muchos períodos dormidos a la espera de sus irrupciones cíclicas en la historia nacional. Hoy regresan tratando de cerrar un tiempo argentino caracterizado por el avance poderoso de políticas de reparación social. Van en busca de la reconstrucción de sus privilegios y, para ello, no dudan en movilizar tanto los recursos de la espectacularidad televisiva como la complicidad de una oposición carente de ideas propias. La sombra del revanchismo social, esa que conocimos en 1976 y que acabó instalándose con el menemismo, se yergue como una amenaza contra todas las corrientes populares y progresistas y no sólo contra el Gobierno. ¿Comprenderán los genuinos demócratas que de triunfar la alquimia de vodevil mediático, intereses corporativos, gestualidad antipolítica y neogolpismo especulativo, lo que nos espera será nuevamente el vaciamiento de la vida institucional democrática y el retroceso social ? ¿Entenderán que lo que está en juego es la propia idea de la política como instrumento emancipador ? El aliento fétido de la regresión neoliberal sale de la pantalla impúdica los domingos a la noche.
No actúan con pruebas ni documentos irrefutables. Están antes de la prueba y el documento, en esa faja indocumentada (no que no los tengan en sus identidades propietarias, puesto que son los que más los poseen) respecto de qué es, qué fue, qué termina siendo un ciclo histórico en la Argentina. No actúan en nombre de lo justo, sino de una peripecia espiritualmente de las más complejas, llamando justicia al desequilibrio social que actúa a su favor, y llamando golpismo a lo que haría el Gobierno, a fin de justificar lo que con vergüenza en el decurso de los tiempos muchas veces terminaron acompañando, esto es, sus propios llamados golpistas sin precisar pronunciar ese mismo nombre. Lo hacen con la facilidad llamativa de haberse convertido en pobres comediantes de las derivas fatales de militares golpistas y ministros de Economía que revestían de argumentos nacionales un fatídico arte para la depredación de los recursos financieros, energéticos y económicos de la nación. Son actores de un relato que afirma la condición autoritaria y hasta dictatorial del Gobierno para generar las condiciones de una irrevocable restauración conservadora. Son quienes sin sonrojarse hablan desde sus editoriales de “terrorismo simbólico de Estado” utilizando la tribuna que se benefició del terrorismo real que durante la terrible dictadura de Videla le dio forma a la apropiación de una empresa que acabó en las manos de quienes construyeron el monopolio del papel para diarios en Argentina. El cinismo y la mentira como instrumentos de esa moral republicana que dicen defender.
Estas porciones no siempre pequeñas de la población han aguardado en sus reductos sentimentales, con su arte de mascullar formas de opinión que hacen al juego normal de la democracia, pero son multitudes disconformes de su propio lenguaje democrático, que no dudamos que lo tienen, pero como posesión particularista, sin animarse a definir lo democrático como lo justo y lo justo como la contingencia donde hay que decidir a favor del bien público siempre. Por eso tiene también el exceso respecto de ese lenguaje, una sobra inabsorbida por sus corazones que, por motivos no siempre incomprensibles, dudan sistemáticamente y a priori de las medidas sociales progresistas y reaccionan cuando perciben tropiezos, que es evidente que los son, que son sometidos a un sistema de magnificaciones e hipérboles donde todo es escandaloso y falso. Nada más impropio que a un país lo dirijan falsarios enmascarados. ¿Se precisaba el magno folletín que contara esta historia fantasmal con castillos draculianos y llamados telefónicos a carpinteros infernales que construyeran bóvedas, criptas o cúpulas salidas de un relato de Edgar Allan Poe, que los carpinteros de la utilería televisiva tratan de remedar entre risotadas ?
Han descubierto una consigna que merece algún análisis, que es lo contrario de lo que aquí llamamos lo justo. Una consigna que tiene su vigencia absolutamente atendible en el momento del accidente lamentable y doloroso en la estación Once –“la corrupción mata”– y que parece resumir uno de los aspectos que contiene el golpe certero de un conjunto de problemas que ni son inexistentes ni admiten el sumario tratamiento cercano al de la justicia mediática que exige rapidez y se excusa de la falta de pruebas en nombre del difuso concepto con que han reemplazado al pueblo : “vos”. Pero aquí hay decenas de ciudadanos muertos, trabajadores que iban a sus lugares de trabajo y sucumbieron con una muerte absurda que no exime responsabilidades al Estado, los concesionarios, los operadores del sistema ferroviario en todos sus niveles. “La corrupción mata”. Es una verdad fundamental pero abstracta. Lo que critican es justo. Pero es lo justo a través de un encadenamiento argumental que omite eslabones fundamentales que, de no estar, toda sociedad sería imposible a no ser que esperásemos al Mesías que nos venga a salvar de esta estructura destructiva que conduce trenes, aviones, tratados internacionales, ómnibus de corta y larga distancia, subterráneos, ordena el cada vez más caótico tráfico callejero. Esa consigna, tan impresionante como es, no es un sinónimo del imperio de la justicia. Más bien es una proclama del Apocalipsis, donde según los sabios que lo escribieron el develamiento de cada sello, el misterio de las trompetas y las cifras cabalísticas llevan a erigir al cordero salvador mediante una Justicia rápida, encerrada en una creencia sin mediaciones, sólo basada en la facultad de la profecía. Todo resulta, desde ese enunciado catastrofista, un escándalo que demuestra, una vez más, que la responsabilidad de todos los males la tiene un gobierno que mientras anuncia que la pobreza desciende se dedica a construir bóvedas donde esconde las riquezas mal habidas. El vodevil televisivo, el stand up ingenioso, el improperio seudovirtuoso del periodista, puestos al servicio de una Justicia express que, una vez más, nos demuestra que todo está perdido mientras nos dejemos gobernar por un populismo de hipócritas. El añorado Capriles argentino se estaría preparando para venir a rescatarnos de tanta infamia. Su paridor, qué duda cabe, saldrá del espectáculo televisivo en el que la verdad siempre está siendo revelada.
Interesante ejercicio para los estudios serios de las relaciones que siempre se encierran en el magma profundo de las sociedades, aun las contemporáneas y protagonistas de la Revolución Industrial o informática. Pero la corrupción del capitalismo es silenciosa, no hay “amigos” allí sino “operadores”, ni toda impericia surge de los corruptos, que en todos los casos hay que identificar con pruebas. Si esa consigna la dijeran grandes filósofos de la moral, siempre que no lleven a que nos gobierne un nuevo Savonarola o la misma Inquisición, sería atendible. Pero en las sociedades democráticas hay recursos de investigación, juicios, sumarios y sentencias, que impiden la correlación rígida de estos dos conceptos. El corrupto que para serlo mata es tema de las novelas sobre el mal de los siglos góticos. Hoy, con esa frase se puede dejar de lado la verdadera corrupción de las grandes estructuras capitalistas de dominio para quedarse apenas con una serie de fotografías de casas solariegas de “nuevos ricos vinculados” que no hacen bien a los gobiernos, pero desvían la atención de las verdaderas incisiones que la lógica del Capital hace en la Justicia y en la Política.
No es justo que se empleen estos criterios para hacer de la Justicia una justicia mediática, sin pruebas, haciendo pasar todo discurso político por el cedazo del discurso cómico, de la afirmación desprovista de pruebas, de la manipulación de prejuicios sobre toda clase de funcionarios, y arrojando una sonora mácula contra las figuras centrales de este momento nacional, el ex presidente Kirchner y su esposa y actual presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. La acción no es nueva, pero lo novedoso es la recreación ficcional, el estilo de vodevil y de novela de terror gótico en la representación de las valijas de dólares, como utilería de la vieja tradición del circo-teatro, y del folletín popular en los bulevares de todos los tiempos. Si no tiene el menor sentido de lo justo, por lo menos tiene efectividad.
El impulso dramático que tienen estos métodos, que proviene del uso central de los medios de comunicación más entrelazados con una receptividad indignada (por razones ni siempre justas ni siempre injustas), pero que opta por una escena de truculencias que remiten a la clásica acusación del golpista que ve el origen de su insondable rencor en el supuesto golpismo de los otros. No admite ser un agente explícito de la libertad de expresión mientras dice que no la hay. Y así llega a instalar, como si sobre una entera ciudad se colocara una red de semáforos perfectamente coordinados, unas fuertes denuncias a la corrupción a través de técnicas folletinescas viejas y modernas. La espectacularización de las noticias en general exime de pruebas pero no de un monologuismo sostenido por escenas cómicas e imitaciones con propósito degradante, bien diferentes a la genuina crítica que los artistas del humor e ironía les han dedicado a los gobernantes, desde los tiempos del periódico El Mosquito, que actuó hace ya un siglo y medio en la política nacional.
¿Vivimos en sociedades sin corrupción ? Esto no es posible afirmarlo. Pero es posible decir que la corrupción más importante –si este concepto ganara en tipificaciones jurídicas antes que en amorfas descripciones de comedia musical– es la que ocurre en las grandes transacciones capitalistas en materia de estructuras financieras ilegales, circulaciones clandestinas, excedentes que pertenecen a rubros invisibles de la acumulación de sobreprecios, instancias implícitas de gerenciamiento de dineros privados considerados como mercancía de las mercancías en pequeños países que no es que tengan sistema capitalista, sino que el sistema capitalista los tiene a ellos. Cuando la política se convierte en un engranaje subordinado que implica un eslabón implícito de remuneraciones de la circulación financiera, estamos en una sociedad que posee sólo formas democráticas ficticias. Esa es la aspiración de quienes están por detrás de ese denuncismo desenfrenado, ésa es la escritura que elabora los guiones del neogolpismo folletinesco. Su aspiración no es lo justo, su estrategia busca erosionar a quienes lograron cortar la hegemonía indisimulada de aquellos que convirtieron, durante décadas, al país en una agencia del capital financiero.
Se llaman noveleramente paraísos fiscales, con un eufemismo sorprendente, a formas nacionales o territorios sostenidos por una suerte de ilegalizada legalidad en el alto capitalismo. Nuestro país es soberano, y sus problemas económicos y sociales, que no son pocos ni desconocemos, del mismo modo que señalamos los logros de esta década, sus ámbitos de discusión, que deberían ser más amplios y sus falencias en el debate público son evidentes –sólo pensar en el nombre de la etnia qom basta para ejemplificar muchos otros casos– no puede limitarse a enlatados de televisión con novelas seriales de grosera comicidad, donde se filman casas de funcionarios –aunque es cierto que hay que ser austero– y misteriosas cajas fuertes –es cierto que salidas de la imaginación de alguien que vio las formas físicas en que se representan el poder en películas como Batman o James Bond–. Sólo en novelas de Ian Fleming las cajas fuertes, los documentos públicos, las bolsas de dinero están en las cajas fuertes del poder, pues ésa es la representación empírica y prejuiciosa de lo que es abstracto y no mediato. Del poder sabe bien Goldman Sachs o los grandes financistas que pueden desencadenar guerras sin tener siquiera un bóveda debajo de la escalera de su casa.
Pero sabemos que este conjunto de palabras apunta a erosionar la figura pública de un ex presidente, en una acción que se torna una respuesta de music hall para problemas que merecen otro tratamiento. La marejada política del país llevó a la ley de medios, ésta a la necesaria reforma judicial, ésta a la consideración de la vida cotidiana bajo la normativa de lo justo, ésta a la nacionalización de numerosas empresas públicas, y todo esto debe llevar a nuevos estilos de discusión, donde en vez de verse los Dragones del Apocalipsis escondidos tras cortinados donde defienden con arbitrios y trompetas bíblicas sus cajas empotradas, hay que ver un gobierno que atraviesa distintos momentos y distintas dificultades, todos propios de la vida pública compleja, mundial y nacional, y cuyas explicaciones son más que obvias, por más que muchas medidas no se perciban totalmente eficientes. Pero lo cierto es que, una vez más, no lo atacan por lo que hizo mal sino por todo aquello, ya consignado, que ha significado un cambio notable y positivo en la vida del país. Lo atacan, y esto más allá de los errores y de los aciertos en esta larga batalla política, porque saben que la continuidad de este gobierno amenaza, como nunca antes, sus privilegios. Lo atacan, hasta la náusea y utilizando todos los recursos a su alcance, por haber reinstalado, en nuestra sociedad, la idea de que lo justo no constituye una quimera inalcanzable o una reflexión académica, sino la práctica posible de un proyecto sostenido en los principios de la igualdad y la ampliación permanente de derechos. Lo atacan porque Videla murió en la cárcel y porque propone, con más costos que beneficios, que la Justicia puede y debe ser reformada.
Sin desconocer problemas, sin admitir que se violente la dignidad de la función pública, sin aceptar que bajo una cita de Jefferson o Madison se nos diga que no entendemos de los ordenamientos judiciales, que son producto de sociedades historizadas y no paralizadas por sus clases poseedoras, sin argumentar con excepciones vigentes sólo hacia nosotros mismos, todo ello nos habilita a señalar a una prensa que primero le dice golpista al Gobierno –como se lo dijeron a Yrigoyen para después poder golpear ellos– sin pretender que las instituciones están al margen de una vivaz discusión cotidiana, hacemos un llamado a quienes siguen formando en la consideración hacia este gobierno a pesar de su dificultades –que llamamos a discutir– y de las izquierdas democráticas a quienes llamamos a deliberar sobre la base de un mismo sentido común : el sentido de lo justo, madre de las inclinaciones históricas hacia un latinoamericanismo emancipado, una economía y tecnología sin agresiones al medio ambiente y un sector progresista de la sociedad que sin dejar de criticar a la corrupción, como nosotros mismos lo hacemos, no haga de este concepto una sentencia visual de jueces autoerigidos, de togados mediáticos donde en vez de pruebas necesarias, que lleven a prisión a quienes sea necesario, como en el caso Pedraza, sirvan apenas para la tarea menor de ser coadyuvantes de una comedia desestabilizadora que nos introduzca a una nueva tragedia argentina.
Pero también destacamos, con el mismo énfasis, que en la semana en que se cumplen los primeros diez años de este gobierno somos testigos de un país que ha logrado reencontrarse con aquello que se había extraviado, primero en la noche oscura de la dictadura y después bajo la impunidad neoliberal, y que fue recuperado por la voluntad de ese mismo hombre al que hoy buscan caricaturizar como si fuera el arquetipo del avaro y custodio de bóvedas donde se guardarían riquezas fabulosas. Nos referimos a un país que vuelve a colocar en el centro de sus disputas y debates las cuestiones fundamentales de la igualdad y de lo justo. Una década en la que la reconstrucción de la política se transformó en una de las claves decisivas para volver a soñar con un país más justo, libre y emancipado. Eso es lo que está en juego en esta hora preñada de dificultades y desafíos. Ellos, los inspiradores de tanto odio, lo saben : es ahora cuando tienen que golpear despiadadamente. Nada más horroroso, para su visión alucinada, que la consolidación y la ampliación de un proyecto que vuelve a hacer visibles a los invisibles de la historia. Eso, nada más ni nada menos, es lo que ha estado y sigue estando en disputa en esta década atravesada por cambios notables y nuevos desafíos que, eso pensamos, deberían, siempre, ir en busca de una sociedad más justa".

Publicado en el portal de  InfoNews el 24 de mayo del 2013

miércoles, 22 de mayo de 2013

Un planeta aparte



Opinion - Por Eduardo Aliverti
Es probable que la semana pasada se haya cruzado un límite periodísticamente terminante, por decirlo de algún modo y por si quedaba alguna duda, en torno de hasta dónde puede llegarse en materia de operaciones de prensa.
Los interrogantes subsistentes remiten a la verdadera capacidad de penetración social –y efectividad política– de los embustes circulantes. ¿Estamos ante una ofensiva reaccionaria, o golpista sin más ni más, que puede poner en peligro real la estabilidad o futuro del Gobierno? ¿O es sólo una percepción de franjas de clase media que pueden o necesitan creerse un clima de podredumbre sin empatía, además, con quienes se expresan como posibilidad de cambio? ¿Hay de las dos cosas? Si se admitiera que la gestión oficial tiene rasgos o totalidad de encerrada en sí misma, ¿no es también aceptable que hay un planeta opositor, gobernado por una corporación mediática enceguecida de tirria, capaz de reputarse como autoridad moral suprema y dispuesta a mostrar una realidad de corrupción gubernativa, y total, como la única existente? Este último párrafo podría ser un punto acertado para empezar a meterse en algunas consideraciones –digamos– objetivas. Demos por cierto que el aparato comunicacional del kirchnerismo incurre en excesos panfletarios. Que hay discriminación en el reparto de la pauta publicitaria oficial. Y que, en efecto y visto desde una perspectiva socialdemócrata europea, los medios denominados “públicos” son mucho más proclives al kirchnerismo que asépticamente estatales. Y otro tanto, reconozcamos, acerca de los medios paraoficialistas que son manejados por empresarios afines al Gobierno. La propuesta analítica es dejar de lado que todo eso impone salvedades, del tipo de si acaso un gobierno, respaldado en las urnas por amplia mayoría, no tiene derecho a exponer y defenderse mediáticamente. ¿El poder económico puede hacer alegremente lo que le plazca con los medios de comunicación que domina, y un gobierno –éste, cualquiera– debe sentarse a contemplar que lo vituperen sin asco? ¿En dónde se supone que funciona así? ¿Eso es lo que vendría a ser el respeto por las instituciones (es decir, las instituciones que deben funcionar de la manera que satisfaga al poder establecido)? Cuando Obama sale con tapones de punta a cuestionar a la Fox, ¿se les ocurre hablar de ataque a la libertad de prensa? Tampoco hagamos el descargo de que, si es por actuar o intentar imagen de pluralismo, los medios oficialistas vienen mostrándose más activos que los opositores. En los primeros suelen dar la lista de los adversarios ideológicos que invitan y rechazan el convite; algunos tuvieron el gesto de enviar móviles a las manifestaciones opositoras y hay programas de televisión y radio en los que no se ahorran críticas negativas sobre la marcha gubernamental. En los segundos, no hay siquiera un solo gesto de convocatoria más o menos disimuladora-democrática. La aplastante secuencia de pantalla, micrófono y centimetraje de que disponen Elisa Carrió, Hermes Binner, José Manuel de la Sota, todo radical que ve luz y sube, o cualquiera de esos economistas liberales que siguen invictos en pasar papelones hace años y años, pareciera que fuese representativa de un porcentaje de votos abrumador y no de la pobreza que testimonian sus números electorales. O de la miseria extrema de sus aspiraciones a convertirse en reparadora promesa nacional.
Pero volvamos, y hagamos de cuenta de que nada de todo eso es estimable. Simplemente, preguntémonos si es sensato que –de acuerdo con la estipulación mediática– no haya otra cosa que una banda gubernamental de ladrones; que la imposibilidad de salir a la calle sin riesgo de muerte por delito urbano está certificada; que hay un asesinato por minuto, que se viene el helicóptero, que el dólar no para nunca más, que el campo está a la miseria, que matan a los indios, que mandan una Gestapo impositiva a perseguir a animadores periodísticos, que estamos bailando en la cubierta del Titanic, que ya no se puede ni hablar en familia. ¿De veras que alguien racionaliza que ése es el mundo argentino? No se niega que cierta gente sienta auténticamente eso, por variadas razones que no sería menester analizar ahora y en las que confluyen antropología social, resentimientos personales y, siempre y para rematar, prepotencia comunicacional que sabe anclar por ahí, estimulando bajos instintos. Pero de sentir a sufrir hay una gran diferencia. La misma que rige entre indignarse porque me cuentan que debo hacerlo y la que me obliga a hacerlo aunque en el fondo no sufra lo que me cuentan. En estos días hay un ejemplo fornido. Se cerraron satisfactoriamente las paritarias de los gremios más abarcativos. Bancarios, metalúrgicos, construcción, etcétera. Apenas resta convenir con los camioneros (además de docentes y profesionales de la salud bonaerenses). Estas paritarias promediaron aumentos salariales del 24 por ciento: un número que da la razón a quienes cuestionan las poco menos que ridículas cifras de inflación del Indek. Entre esos convenios colectivos que acordaron por encima de lo que el Gobierno supuestamente no quería (más del 20 por ciento de reajuste anual), están los porteros. Arreglaron un 32 por ciento y a 18 meses. ¿Qué titularon el viernes, a cabeza de portada? Que suben un 20 por ciento las expensas. Ya lo dijo un graffiti allá por el 2001: nos están meando y Clarín dice que llueve. Sin perjuicio de su higiene técnica (las expensas aumentarán en ese por ciento, seguramente), el título tiene de todo menos neutralidad. Le apunta a (una parte de) esa clase media/mierda que milita de la boca para afuera en la sensación de que se pudre todo. ¿Vamos a seguir llamándole a eso “periodismo independiente”?
El desafío renovado se produce al cruzar el límite citado al comienzo de estas líneas. Se lanzó desde un editorialismo dominical que el Gobierno pensaba intervenir al Grupo Clarín, sin sustancia documental de ninguna índole. Se motorizó lo que no llegaba ni al nivel de indicio lejanamente probable. Se creó una temperatura de independentismo periodístico al horno. Se esparció un invento, en definitiva, para advertir sobre aprietes dictatoriales. El alcalde porteño urgió a un decreto de necesidad y urgencia, para amparar a la libertad de periodística. Hasta Gabriela Michetti admitió que esa actitud de “Mauricio” es para favorecer a Clarín. Hasta Félix Loñ, un constitucionalista liberal de cita acostumbrada en los medios opositores, sugirió que la médula jurídica de la movida macrista –a la que se sumó De la Sota– era insostenible. Putean a la Presidenta en cadena nacional; promociones y piezas ¿artísticas? del canal televisivo opositor propagandizan el símbolo del dedo en el culo y, en medio y al cabo de tantísimo más, salen a decir que está en grave peligro la libertad de prensa. Por lo que más quiera cada quien, expliquen de alguna forma qué clase de autoritarismo es éste. Y, mientras tanto, sígase la lógica estricta de la secuencia, con permiso de una muy ligera –y vigente, gracias a la definición de campeones y descensos en los torneos de fútbol locales– alegoría deportiva. El equipo que se sabe en riesgo o desventaja por la superioridad del rival divulga que el árbitro habrá de bombearlo. No es un equipo de segunda división. Es uno que aporta en las ligas mayores y consigue que se instale la presunción de sospecha; e inclusive dictaminan un reglamento propio, para contornear que el referí debe adaptarse a ese estatuto. Pero la argumentación es tan endeble, tan increíble que, de a poco y sostenidamente, van retirándose de sostenerla porque ya cumplieron el único objetivo de ejercer coacción. La fuente periodística que inventó la intervención a Clarín terminó, ayer, señalando que la jefa de Estado retrancó a último momento, cuando ya estaba decidido echar a algunos, dejar en su puesto de trabajo a la mayoría de los periodistas y otorgarles un aumento generalizado de sus sueldos. No. Ya basta. Es demasiado. Está el déjà vu de haber dicho esto algunas o varias veces. No importa.
Según la revalidada interpretación personal, hay la ratificación de que este Gobierno jodió mucho más a los símbolos de sectores medios y corporativos que a sus privilegios económicos (aunque éstos tienen un rol sí preponderante en el caso del Grupo Clarín). Que eso implica no soportar desde la Asignación Universal por Hijo hasta el fútbol televizadamente colectivizado; desde la estatización de las AFJP, que despertaban fantasías de exclusividad a costa de los jubilados, hasta los planes asistencialistas en favor de quienes son los jodidos de siempre. Que esa clase de indignados y que el grupo mencionado, a falta de referentes candidateables en listas electorales, encontraron un manosantismo tan bardero como efectivo, profundamente antipolítico en su acepción de que son todos la misma mierda salvo “nosotros”. Que esa gente, sin embargo, no sabe explicar ni ejecutar cómo traducir su cólera a votos, ni a movilización conductora. Que el terreno en disputa es, entonces, una/esa porción de la clase media que no sabe para dónde encaminarse hasta el punto de que, en 2011 y tras las enormes expectativas despertadas por su “triunfo” cuando la 125, acabaron por votar a Cristina.
La conclusión sería que lo que pasa por la tele no es lo único que pasa. Periodística o semánticamente no es recomendable definir un concepto en función de su opuesto. Pero bueno. A veces no queda otra. La oposición se define a sí misma a partir de la negativa. Y eso no es una oposición. Es una queja y nada más.
Opinion de Eduardo Aliverti, Publicada por Pagina12 el 20/05/13