por Juan Carlos Diez (autor de Martropía, conversaciones con Spinetta)
Había nacido un día como hoy, en una casa en el límite entre Núñez y el Bajo Belgrano. Desde chico, quizás alentado por su padre, aprendió a querer las guitarras. Fue un amor correspondido que duró toda la vida. Con ellas escribió cientos de canciones hermosas, de ventanas abiertas, profundas como su voz de llegada directa al alma.
Supo mostrarnos las verdades que están detrás de las palabras; esas que se comprenden de inmediato y se muestran como flores incandescentes que perviven hasta el alba. Desde el comienzo expandió el horizonte de la canción con sus melodías poéticas y la musicalidad de un lenguaje libertario con el que expresó su manera de ver y comprender el mundo.
Intentó, y lo logró, rasgar el alma de quien lo escuchara, provocándole emoción y respuestas. “Ah!, qué razón de ser me habrá puesto la inmensidad”, se preguntó el hombre que manejó el misterioso arte de saber volar -y volaba muy alto- con los pies en la tierra. Verlo en un escenario era todo un evento: la música le crecía como crecen las ramas, los niños, el deseo de los amantes.
En sus canciones se ve una vida que evoluciona, que deja su corazón, que se entrega colmada de música. Será por eso que su ausencia lo hace cada día más presente. Que se lo admira y se lo quiere y, trascendiendo las generaciones, se lo recuerda y se lo descubre. Imposible saberlo pero -estoy seguro- el día en que nació El Flaco Spinetta fue igual a él: luminoso, irrepetible.
Esta es la lectura que nos regalo Juan Carlos Diez ( Autor de Martropia-Conversaciones con Spinetta), en Costanera. Que salio en la contratapa del Diario Clarin del Sabado 23 de Enero.
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