Opinion, Por Jorge Giles
A mi lado, una mujer de pueblo, sencilla como una rosa, luminosa como Evita, llora desconsolada, sin pudor alguno, desconsolada. Y aunque quiero abrazarla, no me animo a hacerlo.
En las paredes se aprecia el paso de una vida en plena transformación, incluyendo a millones de argentinos.
Y en amplios jarrones flores rojas, amarillas, blancas, lilas, rosadas y celestes.
El lugar invita a creer que en ese Mausoleo descansa para siempre Néstor Kirchner.
Quiso la historia que uno de aquellos hombres y mujeres que sobrevivieron a una generación diezmada en los años setenta, fuera el primer Presidente de Sudamérica, como llamó Evo Morales a Néstor Kirchner. Y que tres años después, la Cuba revolucionaria de Fidel y el Che asumiera el timón de la Celac en el Chile de Allende.
Está ocurriendo ahora. Hay que disfrutarlo.
La historia cuando se libera, va por más. Y Cristina viene de una gira soberana que la llevó a Emiratos Árabes Unidos, a Indonesia y a Vietnam, ampliando el horizonte en un mundo en crisis que se empeña en achicarlo.
Por todo lo que avanza el lado izquierdo de la vida, la derecha lo atrasa y empobrece moralmente.
Allí está la canallada del socio de Clarín en España para reafirmarlo: el diario El País ensució su tapa con una fotografía infame de un falso Hugo Chávez.
Es inmoral mofarse de un hombre en su calvario. Se llame como se llame.
Rosario es territorio liberado para el narco. Pone el pecho, como siempre, la juventud comprometida con su pueblo, con los más humildes, con los desprotegidos que están a la buena de dios, con un gobierno del FAP que parece seguir la línea que les baja Binner: “Hay que hacer como Ghana, mi república favorita”.
Otros dicen que hay que hacer como Europa. Y Europa no para de caer. Cataluña se va de España y Gran Bretaña se va definitivamente del viejo continente. La desocupación se multiplica mes a mes. La ganancia de los parásitos financieros, también.
Argentina, en tanto, cerró el 2012 con superávit comercial en medio de la crisis mundial.
Salgo del Mausoleo, miro a su alrededor y siento como si este fuera mi último día sobre la Tierra.
“Tristeza no tiene fin”, murmuro para mí. Una placa vecina me dice que allí descansa el Willy, un militante santacruceño de La Cámpora, muerto en los caminos por llegar a tiempo a un encuentro de amor nacional y popular. Y entonces, por vergüenza y respeto a su memoria, siento que es mi primer día en la vida.
Si están los pibes, estamos todos.
Paso por el estadio donde habló Néstor por última vez. Veo su nombre en los carteles y en las múltiples pintadas pueblerinas que lo hacen eterno.
Y pienso en Cristina Fernández de Kirchner presidenta, en Cristina mujer, madre y esposa, en Cristina compañera. Y no puedo evitar una lágrima, que es de gratitud. Con decoro y disimulo, voy diciendo adiós a ese lugar del mundo, allá en la Patagonia.
La distancia que media entre el tiempo de los Kirchner y la oposición es inconmensurable. La oposición se hunde en su propio naufragio y no atina a seguir otra carta de navegación que no sea la que le dicta Magnetto.
Miles de kilómetros para comprobar, una vez más, que los vientos nacen desde el sur.
“Esta vez depende de nosotros y lo sabemos”, me dice un compañero de ruta.
“Ahí está la clave de todo”, le respondo. Esta vez lo sabemos. No hay determinismo histórico. No hay causa popular con un traje de amianto y seguro de vida renovable cada cien años. No hay nada más que nosotros haciendo y modelando la historia a riesgo propio.
Nosotros somos, en tanto pueblo movilizado, el túnel vietnamita que visitó Cristina.
Los “consensualistas” se alarman cuando se dicen estas cosas. Y piden “paz y amor”, mientras en Rosario las balas del narco con la complicidad policial ametrallan los cuerpos indefensos de los pibes humildes. El consenso es con esos pibes y con sus familias y con sus vecinos. El consenso es para que entren todos los que siguen afuera.
Se está iniciando un nuevo ciclo en el desarrollo de las fuerzas sociales que protagonizan el proyecto de país que lidera Cristina. Ya se está discutiendo con los silabeos de los nuevos paradigmas de la época. Estamos sintiendo la necesidad de contar con nuevas herramientas institucionales para consolidar las transformaciones producidas y las que están por venir. Estamos entendiendo colectivamente que para terminar de sellar, definitivamente, las fracturas expuestas de la iniquidad social, tenemos que aceptar que hubo, hay y habrá una fractura permanente con los sujetos que tiran el carro de la historia para atrás. Nada nuevo, quizás. Sólo que esta vez hay un gobierno que se hace cargo del trance de la historia.
Es el año donde se celebra el 180º Aniversario del grito rebelde y patriota del Gaucho Rivero y sus compañeros contra la ocupación colonialista en Malvinas.
El año del Bicentenario del Combate de San Lorenzo, con la victoria de José de San Martín y sus Granaderos bautizando con su propia sangre nuestra voluntad de libres.
Y es el Bicentenario de la Asamblea del Año XIII.
No pudo ser la Independencia como querían los Revolucionarios de Mayo, pero fue el bautismo de un país que pujó desde su nacimiento por el pleno respeto a los derechos humanos.
Esta generación del Bicentenario que constituimos se hace cargo de esa historia. No para verla en los libros quietamente o en museos desprovistos de vida.
Sino para que el Gaucho Rivero siga soñando en Malvinas, el Sargento Cabral siga blandiendo su sable y la Asamblea apruebe el derecho constitucional a la inclusión social.
Mal que les pese a la derecha y al progresismo placebo, nuestro mejor momento, como pueblo y continente, es ahora.
extraido de Miradas Al Sur: Año 6. Edición número 245. Domingo 27 de enero de 2013. opinion, por Jorge Giles
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